"La Otra cara de la inseguridad"


Mucho se habla en esta y en otras tantas ciudades, del fenómeno social denominado “inseguridad”.

Dirigentes y funcionarios de todo el país, se devanan los sesos para encontrar una respuesta eficiente a éste problema, que satisfaga a la opinión pública y morigere el efecto negativo, que su “incremento”, produce en la imagen de sus respectivas gestiones.

Sin embargo, existe otro tipo de “inseguridad”, mucho más grave que la generada por lo que solemos llamar “delincuencia”…

Me refiero específicamente a esa “inseguridad pública” que tiene su origen, justamente, en las acciones u omisiones atribuibles a los funcionarios públicos e instituciones del Estado, ese sector de nuestra sociedad, que asumió, junto con el mandato delegado, la responsabilidad de garantizar a todos los ciudadanos, el cumplimiento y goce efectivo de todos los derechos consagrados en nuestro ordenamiento jurídico, entre los que sin duda se destacan, el derecho a la salud y a la vida.

Así es, que como sociedad, nos resultaría mucho más sencillo, desandar los intrincados caminos de la semántica inversa tan de moda y retomando el camino de la lógica gramatical, dejar de expresarnos en términos “no positivos”, para empezar a llamar a las cosas por su nombre.

La “inseguridad" no es otra cosa que la falta de seguridad y una sociedad segura, es aquella donde el estado preserva, entre otras cosas, la vida, la salud y la integridad física de todos sus ciudadanos.

Esta seguridad, mínima y fundamental, es la que nuestro gobierno municipal nos escatima, cuando permite, con su falta de acción, que se mantenga “inalterada” una situación de riesgo permanente, que ya le ha costado, nada más y nada menos que la vida, a un inocente bebe de nuestra comunidad.

Las excusas y las maniobras dilatorias no sustituyen la obligación de arbitrar los medios necesarios para “garantizar” de ahora en más, la conformación de los equipos técnicos y humanos necesarios, para asegurar una adecuada atención médica a la población, tanto en casos de emergencia como en otros tan “predecibles” como un parto en término.

Resultaría entendible que ante una catástrofe o un accidente que involucre muchas víctimas, la capacidad de un pequeño hospital se vea desbordada y que ante esa situación, sorpresiva y confusa, no se logre conformar un equipo humano de atención, pero el parto de una paciente regular de ese mismo hospital, no parece ser un caso que presente características extraordinarias.

El caso Echeto representa la tétrica punta de un iceberg, que emerge visible ante la opinión pública, pero como en los peligrosos hielos flotantes, lo que la sociedad alcanza a ver, es tan sólo una pequeña parte, mientras que la verdadera magnitud del peligro, permanece oculta, sumergida en las profundas aguas de la impunidad.

¿Qué impide que un funcionario a quien públicamente se le reconoce su condición de “hombre de bien”, tome la prudente decisión de apartar preventivamente de sus funciones, a las personas involucradas en un suceso de la gravedad del que nos ocupa? ¿Qué puede motivar a un “hombre de bien” a recurrir a “picardías” de bajo vuelo político: chicanas, en la jerga popular, en vez de actuar con la responsabilidad, seriedad y firmeza que las circunstancias y el sentido común aconsejan?

No lo sabemos. No tenemos respuestas. En su lugar, la sociedad ha recibido una serie ininterrumpida de patéticas representaciones histriónicas acompañadas de frágiles, dudosas y rebuscadas argumentaciones.

Pareciera que la frase “hacerse cargo” no existe en el repertorio de las actitudes susceptibles de ser tomadas por la presente administración. Pareciera que “tomar medidas”, no fuera una de las atribuciones del ejecutivo municipal. Pareciera que “dar la cara” no fuera algo que cualquier funcionario debe hacer espontáneamente, sino algo que se debe ajustar a la oportunidad o las exigencias, siguiendo los inconfesables mandatos de vaya a saber que intereses.

Aquella persona que se ofrece libre y voluntariamente para ser elegida a desempeñarse en la función pública, asume implícitamente, la obligación de hacerlo bien, no sólo con honradez, una condición exigible a cualquier ciudadano, sino también, con eficacia e idoneidad.

Así, mientras algunos continúan debatiéndose en un soliloquio “shakesperiano”, enfrentando el dilema de ser o no ser, una parte fundamental de la Seguridad Pública permanece en riesgo: la salud del pueblo seguirá subordinada a la eventual posibilidad de que se forme o no se forme un “equipo quirúrgico”. La vida o la muerte, definidos por una “tómbola” administrativa, donde los francos y licencias de los profesionales de la salud, jugarán el papel inapelable de un casillero en el Juego de la Oca.

Mientras tanto, el “amiguismo” seguirá funcionando como eficaz alfombra, debajo de la cual, continuarán acumulándose los errores y las negligencias, la culpa y el dolo… hasta que el tiempo pase y soplen los inexorables vientos del olvido, llevándose junto al silencioso dolor de las víctimas, toda posibilidad de esclarecimiento y justicia.

GAM

¿EL FIN DE LAS IDEOLOGÍAS?


Las ideas no “resucitan”… simplemente evolucionan. Las que por no evolucionar, mueren; cuando pretenden ser resucitadas, suelen hacerlo al estilo de la criatura del Dr. Frankenstein… han perdido el alma… y se componen de partes inconexas, casi siempre en avanzado estado de descomposición.

Hoy se habla mucho, en nuestro país, del “resurgir de las ideologías”… algo que de alguna manera, contribuye a convalidar una mentira histórica ampliamente difundida durante la década de los noventa, la que afirmaba, con categoría de “verdad revelada”, que todas las “ideologías” habían muerto.

Y dadas por “muertas”, su lugar en el pensamiento popular, fue ocupado por un “pragmatismo” tan amorfo como globalizante y egoísta.

La caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la Unión Soviética y la consolidación hegemónica del imperio financiero y militar de los EE.UU, fueron los factores que contribuyeron a imponer en la conciencia colectiva, la falacia que sustentaba que había llegado la hora del “fin de las ideologías”.

En realidad no estábamos asistiendo, como humanidad, al fin de todas ellas, sino al fugaz triunfo de una, sobre el resto de las demás.

Pero la pretensión de instalar esta idea en la generalidad del pensamiento colectivo, chocó de inmediato con un inconveniente; instaurar este concepto, despojaba a los supuestos “vencedores” de la posibilidad de justificar sus próximos fracasos, en las acciones u omisiones, de un enemigo declarado “inexistente”.

Así las cosas y en el afán de mantener vigente la idea original, sin perder las ventajas de contar con un adecuado “chivo expiatorio”, el imperio se empeñó en fabricar todo tipo de nuevos y “temibles” enemigos y las fábricas de “cucos” se pusieron en marcha con toda la capacidad, “creativamente mortal”, del mundo “occidental”.

El “cuco mayor”, de ahora en más, no sería ya ni el “comunismo” ni el “socialismo”, sino el “fundamentalismo”. Y en la construcción de ese nuevo “Cuco”, el imperio no vaciló, incluso, en inmolar parte de su propio pueblo.

No haré aquí una crónica de los sucesos que confirman lo antedicho, porque a nadie escapan.

Lo cierto es, que a poco de pretenderse instalar la idea de un “nuevo orden mundial”, despojado definitivamente del lastre de las “ideologías”, múltiples acontecimientos políticos y sociales, pusieron en evidencia, que las afirmaciones en ese sentido, constituían más una expresión de deseo del imperio, que una realidad.

La revolución cubana no se detuvo ante la impresionante propaganda globalizada, como tampoco se detuvieron los procesos de liberación iniciados por el pueblo latinoamericano durante el sigo XIX y XX, que continuaron extendiéndose y profundizándose por toda Latinoamérica.

El socialismo, como ideología, jamás murió, jamás dejo de latir en el corazón de las sociedades populares y progresistas que interpretaron acabadamente su esencia solidaria y superadora del liberalismo burgués, que inspira al capitalismo individualista y a su engendro más preciado, la sociedad de consumo.

Pero no morir no significa dejar de evolucionar, sino todo lo contrario.

El socialismo no sólo ha crecido cuantitativamente desde la década de los noventa del siglo pasado, sino que ha crecido moral e intelectualmente. Científicamente, para decirlo con mayor propiedad.

Y como toda ciencia, su verdad es susceptible de ser demostrada.

Puede ser racionalizada, explicada, comparada, evaluada y aplicada. No es un “fetiche”, es la herramienta más concreta y poderosa que tienen los pueblos, para alcanzar una libertad duradera que asegure un orden económico y social justo y ojo que no digo “perfecto” ni “absolutamente justo”, sino lo más justo, que los seres humanos “imperfectos”, podemos pretender alcanzar.

Ayer leí un comentario en el sitio web de nuestra radio local que decía más o menos, que en nuestra ciudad de Coronel Dorrego, los comunistas éramos menos de cuatrocientos. Y es verdad, como también es verdad que Leonidas se las arregló bastante bien con trescientos nada más.

El asunto no es la cantidad, es el compromiso, el coraje, el empuje, la dedicación y la convicción de cada militante y en eso, más de uno tendrá que hacer méritos para igualar a los compañeros comunistas, que durante décadas han sabido luchar de todas las formas concebibles para defender, difundir e instalar el socialismo, en los cinco continentes.

Cuba, Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Argentina marchan hacia un definitivo abrazo integrador cuyo peso regional inexorablemente atraerá al resto de los pueblos de Latinoamérica a la esfera gravitacional del nuevo socialismo.

La gran patria de San Martín y Bolivar se está “materializando” con la velocidad que caracteriza nuestros tiempos. Sus hijos: trabajadores, estudiantes, profesionales y soldados, marchamos felices, orgullosos y seguros, como hace doscientos años, al influjo del llamado de la Patria.

Claro que habrá lucha y resistencia. Ni el león, ni el águila imperial soltarán mansamente su presa. Y la circunstancia servirá para poder distinguir claramente al enemigo y reconocer también definitivamente, a los cobardes, oportunistas y corruptos que puedan haberse infiltrado en nuestras filas.

Mientras llega la hora de los pueblos, es nuestro deber, el deber de todo revolucionario: construir poder. Un poder que no debe descansar en los circunstanciales resultados de una elección.

El poder revolucionario se construye desde la cultura, apela a la inteligencia, a la pasión y a la integridad moral, para construir la convicción profunda que debe acompañarnos el resto de nuestras vidas.

Cuando Perón situó su Movimiento, tan lejos de un imperialismo como del otro y nos habló de “Tercera Posición”, lo hizo desde una óptica del siglo XX. Entendía el General, que el socialismo “militarmente” exportado por la Unión Soviética, podía implicar otra forma de imperialismo. Algo que dadas las características de expansión militar territorial de la URSS, francamente parecía darle la razón.

Pero apenas unos pocos años más tarde, las acciones militares llevadas adelante por las Fuerzas Armadas Cubanas en África, que tuvieron únicamente por objeto, apoyar la consolidación y el reconocimiento internacional de la independencia de Angola, nos demuestran la vocación solidaria internacionalista del socialismo, que aportó a la causa de la independencia angoleña, un impresionante esfuerzo bélico.

450.000 combatientes cubanos, dirigidos por el Comandante Fidel Castro, se sumaron a la causa libertaria, dejando como legado al pueblo de Angola, su definitiva independencia, llevándose de regreso a Cuba ÚNICAMENTE LAS CENIZAS DE SUS MUERTOS. Este es el mejor ejemplo de la nula vocación “imperialista” del socialismo actual. Comparemos entonces aquella intervención cubana en África, con las que lleva adelante hoy en día los EE.UU en Afganistán e Irak, para entender mejor el significado de la palabra IMPERIALISMO, ya que nadie duda, ni siquiera sus más encumbrados defensores, que el control de las reservas mundiales de petróleo, es el único motivo de su sangrienta intervención.

De cualquier modo, hoy todos sabemos que no quedan en el mundo dos fuerzas “imperiales”, existe sólo una, que aglutina en si misma, la suma del poder financiero y militar. Un ente abstracto y poderoso que no reconoce nacionalidades ni fronteras, pero que tampoco sabe respetar pueblos y mucho menos libertades.

Un poder materialista, nefasto e injusto, que siembra muerte, guerras y enfermedades, que pretende sostener su parasitario crecimiento, alimentándose de todos los recursos de nuestra madre tierra.

Un poder que no tiene otra fe, ni otro dios, que no sea el dinero, unos papeles que ellos mismos imprimen y a los cuales les asignan arbitraria y unilateralmente, el valor que tendrán luego para comprar todo, incluso alguna de nuestras voluntades.

Este es el juego que no podemos jugar los hijos de estas tierras, los que enarbolamos las banderas de la independencia soberana de los pueblos y la justicia social.

Cambiar el paradigma es nuestra primera obligación, difundir nuestra cultura y defenderla es la segunda y disputar un ínfimo pedacito del poder administrativo a costa de enfrentarnos con nuestros hermanos, no es, ni ha sido jamás, nuestro objetivo.

Acompañamos todo proceso de liberación, toda lucha popular, toda gesta libertaria. No nos interesa el poder sino como herramienta eficaz para alcanzar un cambio social justo.

Sabemos compartir y sabemos sumar. Y también sabemos dar un paso al costado, cuando nuestras circunstancias personales pueden perjudicar el avance de nuestras realizaciones colectivas.

Lo que no sabemos hacer es claudicar, rendirnos, bajar los brazos, eso no lo sabemos, ni tampoco queremos aprenderlo.

Por eso muchas veces nos ha tocado transitar en soledad el camino de las reivindicaciones de todos. Por eso nunca nos cambiamos el nombre y seguimos siendo Comunistas, porque asumimos nuestra responsabilidad histórica, con aciertos y con errores, pero aprendiendo de ambos por igual.

Y para aquellos que en algún momento se regodearon en la certeza que las ideologías estaban muertas, vaya esta frase que nos viene como anillo al dedo: “como podéis ver, los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”

Reflexiones para el pozo ciego…


Muchas veces escuché por ahí: …no puedo decir o escribir tal cosa… otras tantas escuché argumentar a favor del silencio, invocando el miedo a “posibles” represalias…

Así comencé a reflexionar sobre el tema que hoy ocupa estas líneas.

Pensé primero en ese miedo legítimo, que paraliza o enmudece a quien sabe que sus dichos lo pueden convertir en el blanco de concretas acciones en su contra.

Recordé el terrorismo (estatal o “privado”) como técnica de sometimiento.

El miedo… un sentimiento que puede padecerse, pero que obviamente, también puede infundirse. El miedo… un sentimiento que el “atemorizador” siembra en el “atemorizado”.

Quise aplicar entonces esta teoría como soporte argumental de quienes la invocaban en el presente como justificativo inhibitorio de tal o cual acción y descubrí que la misma, la mayoría de las veces, no era aplicable en lo absoluto.

En su lugar, afloraba cada vez con mayor claridad, una condición humana que no es exactamente, ni una emoción, ni un sentimiento y que si bien, está emparentada con el miedo, a través de su prima hermana, la cobardía, no se trata de algo que alguien pueda influir en otro, sino que por el contrario, nace y crece en el interior de cada individuo a instancias de su propia personalidad.

Me refiero a la obsecuencia.

La obsecuencia, como la envidia, constituyen inequívocamente síntomas de raquitismo moral.

Se desarrollan en el espíritu humano sin necesidad del aporte exterior. No requieren de la intervención de nadie, más que del propio portador.

En síntesis, es una condición o característica de la personalidad del individuo y no la consecuencia del accionar de ningún otro elemento, persona, cosa o circunstancia, sobre las conductas del primero.

En términos de salud social, la obsecuencia es peor que el miedo. Porque el miedo desaparece cuando desaparece el factor que lo provoca, en cambio la obsecuencia cambiará el objeto de su devoción, cada vez que cambien las circunstancias, sin dar lugar a que desaparezca la miserable condición.

Supongamos que un tirano infunde terror en su pueblo para conseguir que ese pueblo actúe de determinada forma.

Bien, una vez depuesto el tirano, ese pueblo ya no sentirá el temor que aquel le infundía y por lo tanto, será libre para actuar de la manera que mejor le parezca o convenga. Incuso podrá inteligentemente arbitrar los medios para que esa situación (la tiranía) no vuelva a repetirse.

En cambio, las cosas se complican cuando analizamos la actitud del obsecuente. En este último supuesto, no importará que el tirano caiga y su lugar sea ocupado por otro tirano o por un gobernante bondadoso, porque pase lo que pase, el obsecuente seguirá siéndolo. Y seguirá actuando en contra de su propia voluntad e intereses, nada más que para satisfacer los deseos del poderoso de turno.

En estas alturas de mi razonamiento, casi estaría en condiciones de afirmar, que un obsecuente es socialmente más peligroso que un tirano, porque las actitudes rastreras del primero, son capaces, incluso, de producir al segundo, situación que no se daría a la inversa.

Dejando de lado entonces otras variables, podemos afirmar que la obsecuencia sólo requiere de si misma para existir. Se mantiene latente en el individuo y aflora cuando este último entra en relación con alguien más poderoso que el mismo.

Miserias del alma si las hay, la envidia y la obsecuencia tienen un origen común: un espíritu famélico. Y así como el envidioso no exteriorizará síntoma alguno mientras nadie posea algo más que él, así el obsecuente nos parecerá un ser integro, en tanto y en cuanto no se encuentre frente a alguien con mayor poder que él mismo. Cuando esto suceda, el obsecuente, irremediablemente comenzará a actuar con las bajezas propias de su triste condición.

El obsecuente, simplemente no puede enfrentarse con alguien a quien considera más poderoso que él, pero no es “el miedo” lo que anula su voluntad de acción, sino su irrefrenable deseo de agradar y no contradecir o contrariar, a quien percibe patológicamente como su “amo”.

Así entonces, como un perro faldero, el obsecuente tratará de ocultar su injustificable y vergonzosa inclinación, argumentando “conveniencias” o “beneficios” productos de su “voluntario” sometimiento, con la intención de pasar por “piola” ante sus pares.

O si no, por el contrario, intentará ocultar su condición rastrera, describiendo las “terribles consecuencias” (obviamente imaginarias) que debería afrontar si su actitud ante el poderoso, fuera un poco más digna.

Tratándose de individuos, estas reflexiones podrían revestir un mayor o menor interés entre mis ocasionales interlocutores, pero cuando el “fenómeno” que analizamos, de tan generalizado, se convierte en “socialmente aceptado”, éste comienza a extenderse al cuerpo social en su conjunto, haciendo que la situación adquiera una gravedad inusitada.

Sea cual fuere el sistema de organización social que imaginemos, las relaciones de poder entre el pueblo y sus gobernantes (permanentes o transitorios) terminarán viéndose seriamente afectadas, porque una actitud popular signada por la obsecuencia terminará tarde o temprano con la libertad de todos.

El primer escalón en el descenso social, será la pérdida de la libertad de expresión, una sociedad de obsecuentes se manifiesta palmariamente por la práctica frecuente de lo que podríamos llamar “auto censura”.

Cuando el anonimato se hace dueño de los espacios públicos de opinión, entonces hemos alcanzado el segundo escalón, que no es otro que la pérdida “voluntaria” de nuestra identidad.

Si seguimos descendiendo por la imaginaria escalera de la inmoralidad, llegaremos a su mejor representación: la hipocresía, es decir, la disociación entre lo que decimos y lo que pensamos.

Si llegamos a esta altura, despidámonos de la escalera, porque de aquí en más, lo que viene es lisa y llanamente una caída libre, una espiral en descenso donde las resbalosas paredes ya no ofrecen asidero.

Donde sólo nos resta esperar el chasquido nauseabundo que nos confirme que llegamos al final del recorrido. Pero en ese caso, no deberemos asquearnos de nada… eso viscoso que palparemos, no será ni más, ni menos, que nosotros mismos.

GAM

"Tour de gestión: consagración de la amnesia oficial"


Un tutti fruti de asfaltos virtuales, muchos pesos, metros de caño galvanizado y otras yerbas, caracterizó el métrico y decimal discurso, con que el primer edil, se dirigió al pueblo, en el aniversario de su fundación.

“Original” en toda la acepción del término, el señor intendente no pudo cumplir con su promesa de “esta vez” no serlo. Por el contrario, nos sorprendió con un discurso tan “original”, como difícil de conectar con la efeméride que convocaba al auditorio.

Fechas como la de hoy, debieran de servir para ilustrar a nuestros jóvenes en los orígenes de nuestra comunidad, movilizando los recuerdos de los mayores y propiciando un dialogo intergeneracional que nos permita, como sociedad, crecer en experiencia a partir de nuestra historia y tradiciones.

No fue así…

En su lugar, un prolijo detalle administrativo, sustituyó esas expectativas, reemplazando con cifras y datos imposibles de recordar, lo que debiera haber sido una inmejorable oportunidad para recordar al menos, a las personas, personajes y circunstancias que hace 120 años le dieron forma y dimensión de pueblo, a la que hoy es nuestra ciudad.

Vacías de emociones y contenidos relevantes, las palabras del señor intendente, llenaron con cifras, aquellos espacios que no fueron destinados para expresar algunas veladas y coyunturales justificaciones, concluyendo con un “Feliz Cumpleaños” colectivo, casi tan desenganchado de la totalidad del contexto discursivo, como aquel otro “Felices Pascuas” que los argentinos no terminamos de olvidar.

Afortunadamente, “Aurora” y el “Himno Nacional”, entonados por el público, en la presencia de las banderas nacionales, provinciales, distritales e institucionales, orgullosamente enristradas, mantuvieron encendida la emotividad de la ceremonia, llenando con su mudo, pero inextinguible simbolismo, ese vacío espiritual, que imponen siempre los cultores del “pragmatismo administrativo”, cuando pretenden despojar de ideologías y memoria, la precaria, pero aun existente, conciencia popular.

El fragmento de una obra teatral, representado en plena calle, nos permitió concluir la reunión, escuchando por los altoparlantes, un buen "reto" del padre de la patria.

Nada más oportuno que esas palabras “puestas en boca” del Gran Capitán, para entender porque llegamos como llegamos a este Bicentenario, con la sensación de venir rodando por una pendiente pronunciada.

Pero así transitamos la historia los argentinos, de una forma que se repite tanto en el pago grande, como en el pago chico, donde todo da igual y nada es mejor, donde se posterga el recuerdo de una fecha trascendente, para dar lectura a la “Memoria y Balance” de la actual gestión, donde hasta la Biblia dejó su lugar junto al calefón, para alejarse aburrida de la plaza.

GAM
"Malvinas. La otra cara de una misma sociedad".


El dos de abril es una fecha emblemática para todos los argentinos.

Hoy, como en 1982 y a pesar del tiempo transcurrido, esta fecha sigue uniéndonos bajo la sombra de un mismo pabellón.

Sin embargo y a través de los últimos 28 años, el sentido de esa misma fecha fue mutando, conforme a la interpretación que de aquel hecho histórico, fueran haciendo los diversos gobiernos que nos han ido representando.

Desde la negación de la fecha, trasladando el día oficial de conmemoración de la “Gesta de Malvinas”, al día del armisticio (14 de junio), pasando por su designación como “Día de la Soberanía Nacional”, hasta la actual, que denomina al 2 de abril, como el “Día de los caídos en defensa de la soberanía”.

Oportunidad, propaganda e interpretaciones políticas al margen, el pueblo, el grueso del pueblo de nuestra nación, sigue recordando el 2 de abril, como el día en que nuestras queridas islas Malvinas; efímera y precariamente, volvieron a colocarse bajo la soberanía de nuestra República.

República que de hecho no existía en aquellos momentos, ya que la soberanía popular se hallaba suprimida y bastardeada por un Estado ilegítimamente usurpado, desde un sector de las fuerzas armadas, que oficiaba de vanguardia reaccionaria, al servicio de una oligarquía cipaya y entreguista, sostenida por los esbirros de siempre y tolerada por una sociedad “panzallenista”, inconciente de sus deberes y derechos ciudadanos.

Nadie, ni siquiera los eternos enemigos del pueblo, desconoce esta realidad. Sin embargo, pareciera que muchos de los amigos de este lado de la argentinidad, se empecinan en no ver la diferencia existente entre aquellos hombres que apuntaron y dispararon sus fusiles contra el enemigo extranjero y los que hicieron lo propio sobre nuestro pueblo, sirviendo así, a los oscuros designios del coloniaje.

Resulta muy difícil marcar o establecer las diferencias, cuando se viste un mismo uniforme. Resulta muy difícil entender un hecho histórico, cuando el mismo ha sido utilizado durante 28 años consecutivos, para influir en el pensamiento coyuntural de una sociedad, cuyo órgano más sensible es el bolsillo y su patriotismo se expresa o limita, conforme a la mejor o peor fortuna de su seleccionado de futbol.

La llamada “Gesta de Malvinas”, a mi entender, debería dividirse en tres etapas. Primero, la recuperación de la soberanía de las mismas, materializada por la “Operación Rosario” una maniobra militar impecable e incruenta, donde las únicas bajas, fueron las que sufrieron los vencedores.

Si se compara esta operación, donde se logró neutralizar (sin bajas para ellos) 97 elementos pertenecientes a una orgullosa unidad de elitte de los Comandos de la Marina Real Británica, con otras acciones similares, ejecutadas por las fuerzas especiales de las grandes potencias. Veremos con orgullo como la flor y nata de las fuerzas imperiales, materializada en una prestigiosa unidad de comandos, resulto “humillada” ante la historia militar universal, al ser derrotada y forzada a su rendición, sin haber perdido a ninguno de sus hombres.

Este “papelón”, esta mancha INEDITA en la historia de todas las luchas libradas por las fuerzas del Imperio Británico, fue ocasionada nada más y nada menos, que por la Nación Argentina, que por tercera vez en la larga historia del coloniaje imperialista, le hizo morder el polvo de la derrota y esta vez, de la vergüenza, al orgulloso león británico.

En segundo término me gustaría analizar el breve período definido por los británicos y Kelpers como “La Ocupación”.

Una vez más y como siempre que salieron de las fronteras de nuestro país, las fuerzas armadas nacionales se distinguieron por el trato correcto y humanitario dispensado a los vencidos.

Los comandos británicos hechos prisioneros, fueron remitidos inmediatamente a su patria vía Uruguay, no se tomaron rehenes, no se aplicaron técnicas de terror ni de venganza sobre la población civil Keeper.

A pesar de no haberse declarado formalmente el estado de guerra entre ambas naciones, se respetó en todo momento lo estipulado en la 5ta Convención de Ginebra, incluso luego de que los británicos violaran la zona de exclusión, hundiendo cobardemente al crucero Gral. Belgrano, hecho criminal que conforme a la convención mencionada, nos otorgaba el legítimo derecho de aplicar represalias.

En el trato con la población civil “kelper”, definitivamente hostil a nuestras fuerzas, no se registraron casos de violaciones, ni atropellos de ningún tipo y dos casos de robo menor, denunciados por civiles “kelpers”, fueron aclarados y castigados, conforme a los reglamentos militares en vigencia.

No se utilizaron rehenes, ni escudos humanos y las únicas víctimas civiles de toda la contienda, fueron una familia “kelper” que pereció a causa del disparo de un misil desde un helicóptero ingles, el día 12 de junio de 1982.

Los daños materiales “colaterales” causados por los bombardeos aéreos de gran altura (más de 5.000 mts), efectuados por la RAF, fueron el resultado de la cobarde decisión británica de cancelar los bombardeos aéreos tácticos (de baja altura) que terminaban mal para ellos, debido a la eficacia de nuestra artillería anti aérea.

Así, los ingleses, pagaban la lealtad de la población kelper, cuidando sus aviones y pilotos, a costa de la seguridad de las mujeres y los niños kelper que vivían en las islas.

En esta etapa, la de la ocupación política y militar de las islas, surge un dilema que los argentinos, lejos de dilucidar, hemos preferido ocultar bajo la alfombra: ¿Qué paso en Malvinas? ¿Cómo unas fuerzas armadas represoras y genocidas, de pronto se reconvierten en un ejercito digno y orgulloso, que pelea respetando los derechos humanos de sus enemigos, incluso más allá de lo que las leyes internacionales contemplan?...

La respuesta a mi entender es sencilla: el cobarde siempre es cruel y el cobarde no se enfrenta a las fuerzas del imperio y mucho menos, de frente y mano a mano.

A las Malvinas no fueron a pelear las patotas de la ESMA, ni del 601, no fueron los Guglielminetti, ni los Aníbal Gordon y los “marinos” como Astiz, se reservaron un escenario bien lejano y solitario, para entregar sin resistirse, la parte posterior de su indigna anatomía, fuera de la vista de nuestro pueblo, que acantonado en las trincheras del Regimiento de Patricios, peleaban junto a esos pilotos gauchos, que conmovieron al mundo con sus hazañas y coraje sin igual.

¿Pero dónde estaban los jerarcas de genocidio reorganizador?... Estaban donde dijo Charlie… “tomando wiskie con los ricos” lejos de todo peligro, lejos de cualquier salpicadura de esa sangre gaucha y libertaria, de esa sangre latinoamericana que estos “caballeros” no vacilan en derramar, porque para empezar, les resulta totalmente ajena.

Las armas patriotas no “invadieron” las Malvinas: las “recuperaron”, preservando la vida de los “usurpadores”. Las fuerzas armadas argentinas recuperaron las Islas Malvinas derramando menos sangre enemiga, que la derramada por la policía para reprimir una toma del puente Pueyrredón. Las fuerzas argentinas no atacaron, sino que ocuparon lo que es parte de nuestro territorio sin excederse en el uso de fuerza y luego, ante el atropello mancomunado del Imperio y sus secuaces, simplemente se defendieron… y todo esto, además, fue realizado cuando ya no quedaba tiempo.

Ciento cincuenta años de ocupación pacífica e ininterrumpida, es un argumento casi irrefutable en el ámbito del derecho internacional, a la hora de reclamar la soberanía de un territorio. Desde 1833, la Gran Bretaña mantenía esa situación de “ocupación pacífica ininterrumpida”, que en 1982 comenzaba a transitar el año número 149.

Sin la sangre y el esfuerzo de nuestros soldados, nuestra República, hoy feliz y definitivamente recuperada por el pueblo, no tendría ya los argumentos legales válidos, para continuar reclamando pacíficamente, un territorio, que el derecho internacional ya consideraría “cedido” o “abandonado”. Esa es otra de las verdades, que la sociedad olvidó junto al reconocimiento debido a sus soldados.

La amnesia colectiva tiene su razón de ser, pero ésta no es, de ninguna manera, el remanido: “nada bueno puede haber surgido de las juntas de la dictadura”, porque si así fuera, con el resurgir de la democracia, los legítimos representantes de esa sociedad deberían haber derogado un sin número de leyes, que teniendo su origen en gobiernos de facto, como la obsoleta ley de radiodifusión, si embargo se mantuvieron vigentes hasta el día de hoy, defendidas a capa y espada, por personajes y partidos de remozada “tradición” democrática.

No señores, el abandono de la causa de Malvinas es la consagración del éxito de la propaganda imperialista, que se encargo de desactivar cualquier intento posterior de resistencia genuinamente popular, en una causa nacional que no fue un invento de ninguna junta militar, pues tiene sus orígenes en un atropello a nuestra dignidad e intereses nacionales, perpetrado hace 177 años.

La batalla de Malvinas no se perdió, el día que un general de dudosa reputación profesional, pero pulcramente engominado, estampo su firma en el acta de armisticio.

La batalla de Malvinas se perdió cuando la gran mayoría del pueblo argentino le dio la espalda a sus soldados combatientes, tratándolos de “pobres chicos” y de “loquitos de la guerra”.

Cuando el cine nacional se lleno de películas “argentinas”, curiosamente financiadas por capitales británicos, con guiones escritos por personajes de dudosa y cuestionada actuación durante los enfrentamientos, corregidos por señores legisladores “argentinos”, casados con funcionarias jerárquicas de la BBC de Londres, que para “peor disimular”, desarrollaban tareas para esa emisora, en la misma época en que se desarrollaba el conflicto.

En estas películas, no se sabe que avergüenza más, si la magnitud de las mentiras impunemente proferidas, o el triste papel que se le asigna a nuestros soldados, presentados, por nuestro propio “cine nacional” ante la historia, como más dignos de lástima, que de respeto.

Triste y oprobiosa propaganda que llevo a muchos de nuestros combatientes olvidados, a preferir el suicidio, a vivir toda una vida con el estigma de la vergüenza, la derrota, la lástima y el desprecio social, manifestado en un injustificado olvido colectivo.

Las fuerzas argentinas, compuestas de ciudadanos armados (conscriptos) y suboficiales y oficiales bisoños, se enfrentaron a la SEGUNDA ARMADA del mundo, en una batalla aeronaval y terrestre de una envergadura inédita desde la segunda guerra mundial.

La Royal Navy, la segunda armada del mundo, contaba con el apoyo incondicional de los EE.UU., la primera potencia militar del mundo, la logística y el asesoramiento de la OTAN y la inteligencia y espionaje del pinochetismo chileno, así como del uso de las bases militares más australes del vecino país.

Con todo eso y al decir de los propios comandantes británicos, el enemigo invasor estuvo a unas pocas horas de perder la batalla aeronaval por las islas.

Nuestra fuerza aérea y aeronaval le produjo a la flota insignia de la OTAN el hundimiento de los siguientes buques de guerra: HMS SHEFFIELD, HMS ARDENT, HMS ANTELOPE, HMS COVENTRY, HMS ATLANTIC CONVEYOR, RFA SIR GALAHAD y daños de magnitud en el portaaviones HMS INVINCIBLE, la fragata misilística HMS PLYMOUTH y el transporte de tropas RFA SIR TRISTAM, además de 7 embarcaciones de menor porte.

En tierra malvinera los combates se sucedieron con igual firmeza y determinación, pagando el enemigo, esta vez con su sangre, cada metro de terreno reusurpado.

Lo que en 1833 fue conseguido con una simple matoneada, en 1982 le significo al imperio una batalla carísima, tanto en vidas inglesas como en moderno y costoso material bélico.

La lucha se mantuvo hasta el final, librándose encarnizados combates hasta el mismo 14 de junio de 1982. Ese día, a las 11 horas, unidades de nuestro Ejército e Infantería de Marina, un batallón reforzado con dos compañías, lucharon contra una gran concentración de fuerzas enemigas compuesta por las siguientes unidades: el Segundo Batallón de Guardias Escoceses; el Primero y Séptimo Regimiento de Fusileros Gurkas, una parte del Batallón de Guardias Galeses y el célebre Escuadrón 42 de Comandos de la Infantería de Marina Británica.

Las tropas argentinas rechazaron con bravura el ataque, que no fue reanudado, ya que a las 12:30 horas recibieron la orden de repliegue en atención al cese del fuego acordado por los mandos superiores de ambas partes.

Pocos momentos después de haber recibido la orden de repliegue, nuestros hombres fueron sorpresiva y cobardemente atacados desde helicópteros, dos de los cuales fueron derribados por hombres del BIM 5.

Ese día 14 de junio a las 14:30 horas, las fuerzas argentinas que acabo de mencionar, entraron “desfilando y portando todas sus armas” a Puerto Argentino. Jamás se rindieron en combate, sino que luego acataron, como soldados, el armisticio acordado por sus respectivos mandos.

Nuestras bajas en ese último día de combate, fueron 16 muertos y 68 heridos y los ingleses sufrieron más de 300 bajas.

El total de muertes argentinas durante la batalla de Malvinas asciende a 649 hombres, su composición es la siguiente: Fuerza Aérea: 55. Prefectura Naval Argentina: 2. Armada: 375 (364 corresponden al traicionero hundimiento del ARA Gral. Belgrano). Marina Mercante: 16. Gendarmería Nacional: 7. Ejército Argentino: 194

Por el lado británico, se estima que cayeron aproximadamente 1.000 hombres, fueron derribadas 51 aeronaves entre aviones y helicópteros y fueron hundidos o seriamente dañados 30 buques.

Así, un análisis objetivo de la historia, contrasta contra la falsa creencia, funcional al imperialismo colonialista, que en las islas no se combatió, sino que un puñado de niños mal armados y asustados, fueron víctimas de la locura de un tirano al que ellos, devenidos en circunstanciales “libertadores”, contribuyeron, indirectamente a derrocar.

Lindo mensaje nos dan así los gringos, a todos los pueblos latinoamericanos, linda propaganda imperialista es la que irresponsable y miserablemente, muchos argentinos han ayudado a difundir: Enfrentar al imperio, es cosa de “locos y tiranos”, recuperar lo nuestro, es “invadirlos”. Unirse con los pueblos hermanos, es “extender el eje del mal”. Armarnos en defensa de nuestros recursos es “desestabilizar la región” y luchar contra la injusticia y la opresión, es “fomentar el narcotráfico”.

Lo cierto es que toda esa propaganda inglesa, sólo ha servido para quebrar la voluntad de lucha de los argentinos, que dándole una vez más la espalda a la historia, concluimos hoy, entregando sin chistar, un pedazo de nuestra patria y nuestros recursos al imperialismo colonial.

Lo que algunos de nuestros muchachos hicieron hace 28 años en el campo de batalla, el resto de la sociedad lo perdió definitivamente frente a los televisores, cuando decidió calmar su conciencia, atormentada, consumiendo mentiras tendenciosas, sazonadas de propaganda “berreta” y oportunista.

Una sociedad atléticamente “pancista”, que corre tanto detrás del fideo no perecedero, como del dólar, si sospecha, que podrá obtener algún beneficio adicional, acaparando una cantidad inusual del primero o del segundo.

Es la misma sociedad que pocos años antes de la batalla de Malvinas, corría a denunciar a los “guerrilleros” y miraba con desprecio e indiferencia a esas “madres locas”, mientras giraban en su solitaria ronda de los jueves y que luego, sólo unos meses más tarde, se horrorizaba leyendo el “Nunca Mas”, jurando que nada sabían ellos de “todo eso” que ocurría, mientras se descarnaban las uñas tratando de despegar del vidrio de sus autos el autoadhesivo que rezaba: “Los argentinos somos derechos y humanos”

Es la misma sociedad que trata siempre a sus hijos más valientes, sean hombres o mujeres, como si fueran débiles mentales, quizá por temor a que sus virtudes, pongan en evidencia la mediocre intrascendencia de su “seguro” existir.

“Locos idealistas”, “guerrilleros rechiflados de utopías”, “chicos de la guerra” y “loquitos” de lo mismo, han sido los miserables calificativos con que nuestra sociedad ha premiado siempre el patriotismo.

Pareciera que merecer el oprobio y la vergüenza fuera el destino signado en esta tierra, para todo aquel que este dispuesto a morir por defenderla.

Pero ¿por qué extrañarse?, si el puñado de granaderos que regresó a Buenos Aires luego de luchar por la libertad de medio continente, terminó preso y sometido a juicio por insubordinación y el glorioso cuerpo fue disuelto y olvidado por varias décadas.

Si este fue el destino de los vencedores de Ayacucho, que podemos esperar entonces… para los “Chicos de la Guerra”.


GAM
24 de marzo...


Por difícil que resulte la situación actual para millones de argentinos, no podemos perder de vista, ni un solo momento, las ventajas que para TODOS, representa vivir en libertad.

Pertenezco a la generación “protagonista” de aquella prolongada y trágica noche institucional. Y uso la palabra “protagonista”, en el estricto sentido etimológico que el término adquiere en la tragedia griega: PROTAGONISTA: EL PRIMERO EN MORIR.

Tengo 49 años, viví, crecí y me hice hombre, durante los llamados “años de plomo”. Y contrariamente a lo que pueda pensar, quien venga soportando esta lectura, no fui durante ese período, un activista revolucionario comprometido con la causa del pueblo, sino un simple cadete que por aquellos años, iniciaba con genuino patriotismo la carrera militar.

Como gran parte de nuestra joven generación, mamé la propaganda “oficialista” y la creí, con la fuerza idealista, con que suelen creer casi todos los jóvenes, civiles o militares.

Llegué a odiar al “enemigo interno” que “artera y solapadamente” atacaba nuestras fuerzas e instituciones “legales”, con el inconfesable propósito de “imponernos” un “estilo de vida” reñido con nuestra “tradición” “occidental y cristiana”. Un enemigo que al decir de la inmensa mayoría de la PRENSA de aquellos tiempos, “atacaba desde las sombras” a “la familia argentina”, a Dios Nuestro Señor y a todos aquellos valores, por los cuales era deseable vivir y en cuya defensa, debíamos estar dispuestos a dar la vida.

Del “otro lado”, otros jóvenes, mejor informados, seguramente llegaron a sentir el mismo odio, esta vez encendido por la enorme frustración que lleva a un hombre o mujer de bien, a levantar las armas contra un compatriota. Frustración y violencia creada y sostenida por una profunda injusticia social que el régimen cipayo no vacilaba en propagar, para satisfacer las apetencias de los centros del poder financiero internacional.

Una prensa mercenaria y una jerarquía eclesiástica cómplice, prepararon el terreno para conformar una sociedad civil manipulada y complaciente, que no dudó en tolerar e incluso en apoyar abiertamente, el avasallamiento y la supresión de TODAS nuestras instituciones democráticas, empujando al pueblo y a sus verdaderos soldados a la siempre abyecta situación, que implica un enfrentamiento fratricida, en este caso, única y totalmente funcional, a los verdaderos instigadores de nuestra disolución nacional: El imperialismo financiero apátrida y su guardia pretoriana, esa patota internacional denominada: OTAN.

En las postrimerías del denominado “Proceso de Reorganización Nacional” la realidad histórica y geopolítica subcontinental golpeó con fuerza la conciencia de aquellos soldados, que debieron enfrentar en carne propia la superioridad técnica aplastante de un enemigo imprevisto, cuyas bombas de NAPALM, “occidentales y cristianas”, no parecían distinguir entre “ideologías” a la hora de reventar e incinerar a sus antiguos “aliados”.

La Guerra de Malvinas sirvió para despertar la conciencia de muchos argentinos, que pudieron finalmente reconocer, con la rapidez y brutalidad propias de la guerra moderna, el rostro de su verdadero enemigo.

Así que volviendo al 24 de marzo, no nos engañemos más, acá no hubo “ni guerra interna”, ni tampoco “dos demonios”. Acá siempre existió (y pareciera que todavía se debate con algunos estertores) un sólo demonio, el demonio del coloniaje no resuelto, que enfrenta pueblo contra pueblo y hermano contra hermano. Un enemigo común, que alentó el enfrentamiento interno apoyándose en nuestras propias miserias y que como dijo alguna vez Leonardo Favio, concluyó “para jolgorio de la oligarquía”, en la instauración de una dictadura, de claro corte anti nacional y anti popular.

En esto, nuestra patria siguió un destino muy similar al de los demás pueblos de Latinoamérica y si nos detenemos a pensar sólo un poco más, también podremos recordar como fuimos instigados, por el mismo enemigo en común, a casi entrar en guerra con la hermana República de Chile.

Por eso pienso que el 24 de marzo, no recordamos un simple golpe de estado, el 24 de marzo recordamos la fecha más dolorosa de toda la argentinidad, recordamos la entronización de la barbarie vernácula, puesta al humillante servicio del poder extranjero, recordamos la inútil inmolación de miles de argentinos de ambos bandos, recordamos la muerte y la tortura de miles de inocentes, recordamos la escasa reacción de una sociedad egoísta, cómplice y mayoritariamente cobarde. Recordamos la traición de muchos y la perdida de la libertad de todos.

Por eso esta fecha todavía duele tanto. Porque nos pone frente al espejo y la imagen que éste refleja, nos duele y avergüenza.

Han pasado 34 años del inicio de una tragedia que se gestó mucho antes y que aun continúa produciéndose. Somos lo que somos, ni más ni menos que “proto – argentinos” que seguimos callando y seguimos tolerando, incluso en la función pública, personajes que compartieron con la dictadura, no sólo mediocres desempeños de gestión, sino también la responsabilidad represiva, en aquellas horas de silencio y oscuridad. Individuos a quienes ni siquiera conmueve su propia conciencia y quienes incluso, tienen la osadía, de aun hoy, mantener posados sus trastes, en las sillas reservadas para quienes tienen la obligación de trabajar para el pueblo.

Este 24 de marzo la emisora local abrirá su micrófono en la plaza del pueblo.

Es grandioso que a pesar de todo el tiempo y vicisitudes transcurridos, aun existan jóvenes inteligentes y valientes empeñados en mantener viva la llama de la memoria social.

Espero que ese día no sea un día más. Que la fecha no se convierta en un simple feriado, destinado a potenciar las recaudaciones del sector gastronómico de la vecina localidad balnearia.

Espero que el 24 sea un día de profunda reflexión. Sin odios ni rencores, sin amnesias autoindulgentes, un día donde ejercitemos la memoria, profundicemos el debate sobre los grandes temas nacionales y continentales pendientes y reafirmemos nuestra convicción de vivir en democracia, honrándola cada día con mayor compromiso y participación.

Espero que este 24 de marzo cada hijo y cada nieto, pueda pasarlo junto a su verdadera familia. Espero que este 24 de marzo, ningún argentino tenga miedo de hablar y de contar su historia.

Espero que este 24 de marzo cada soldado, gendarme o policía reconozca en el pueblo a “su pueblo”, objeto único y final de cualquier sacrificio.

Espero que este 24 de marzo, marque el principio del fin del odio entre compatriotas.

Espero que este 24 de marzo, todos los argentinos, vestidos de civil o de uniforme nos demos la mano, nos miremos a la cara y esta vez si… pero en serio… nos juremos: entre hermanos NUNCA MÁS.

GAM

¿Qué significa ser patriota?


Un patriota es aquel que ama a su pueblo y territorio, (en ese orden) es decir a SU PATRIA, por encima de si mismo. Ese amor comprende obviamente las construcciones ideales de ese pueblo, es decir su cultura, tradiciones e instituciones surgidas de la voluntad popular.

Un patriota debe estar dispuesto, cotidianamente, a entregar su vida al servicio del bien común, que por ser común, justamente también es el bien de él y su familia.

Un patriota desarrolla su trabajo, actividad o medio de vida, con profunda responsabilidad social, sin egoísmos y con solidaridad.

Un patriota debe estar dispuesto a defender el valor PATRIA ya definido, aun a costa de su propia vida, porque la Patria de él, es también la Patria de sus hijos y hermanos y quien no está dispuesto a dar su vida por la de sus propios hijos, no es siquiera un hombre común y corriente, es simplemente un cobarde, un ser indigno de vivir en familia y sociedad.

Un patriota sublima ese amor a su pueblo y a su tierra, a través de sus símbolos patrios, a los que venera y respeta por encima de cualquier otro símbolo y no utiliza los mismos para fines sectarios o particulares, porque sabe y sobre todo siente, que son de todo el pueblo y no de una sola facción.

Un patriota no abandona el suelo patrio, ni su pueblo y tradiciones, ni sus sacrificios y sus luchas, solamente para mejorar su propia condición económica.

Si debe abandonar su suelo y su pueblo, sólo lo hará forzada y temporalmente, con profundo dolor y a los efectos de reunir las fuerzas necesarias para regresar venciendo a quienes lo hayan obligado a desprenderse y alejarse de lo mejor que tiene un hombre. Su patria.

Un patriota vive, trabaja, lucha y muere para, en, con y por su pueblo y patria. Un patriota jamás se unirá a un país extranjero para humillar a su propia patria. Jamás abrazará ideales que no respeten la idiosincrasia de su propio pueblo, ni servirá a los intereses extranjeros, en detrimento de los intereses de su propio pueblo.

Un patriota no siente ni cansancio, ni miedo, sino exaltación, bravura y gratitud cuando siente el llamado de auxilio de la patria, cuando su pueblo, su cultura, su libertad, sus instituciones o su territorio, son amenazados desde "afuera" o traicionados desde "adentro".

Un patriota lucha por la justicia social, porque sabe que la patria es de todos y cada uno de sus compatriotas y que todos deben disfrutar de la dicha de vivir y realizarse en una comunidad justa y libre, donde impere la igualdad de oportunidades, deberes y responsabilidades.

Un patriota ama sobre todo a su pueblo y en aras de la felicidad, seguridad y bienestar del mismo no dejará nada que esté a su alcance sin hacer.

Un patriota es aquel que despierta esos mismos sentimientos en su pueblo, es aquel que interpreta el sentir popular, porque él mismo, es parte de ese sentir.

Un patriota es el hombre común, es la mayoría, no es la excepción heroica que se manifiesta en una circunstancia extrema. Es aquel que practica el “patriotismo” todos los días de su vida, en su lugar de trabajo o de estudio, para hacer de su patria un lugar mejor cada día, engrandeciéndola con la generosidad del trabajo fecundo, libre de toda especulación personal que se sustente en la explotación de sus semejantes.

El pueblo argentino está compuesto mayoritariamente por patriotas, sólo falta que tome definitiva conciencia de ello y ponga en marcha el impresionante potencial humano, intelectual, científico y natural que posee, haciendo valer la soberanía popular por sobre los intereses del hegemónico imperialismo materialista, para hacer realidad aquellas primeras estrofas de nuestro himno nacional: Se levanta a la faz de la tierra una nueva y gloriosa nación, coronada su sien de laureles y a sus plantas, rendido un León.

Ese león a vencer, no es otro que el león de la injusticia social, de la opresión, de la especulación financiera, de la explotación descarada del hermano trabajador y la prebenda sectorial, de la ignorancia y el analfabetismo, del hambre y la salud de nuestros hijos, la falta de solidaridad y de la disgregación latinoamericana.

¿Qué argentino no siente en sus entrañas que ha llegado la hora de hacer surgir ese patriota que todos llevamos dentro? ¿Qué más tenemos que esperar para sacudir nuestras cabezas y despertar del letargo en el que nos ha sumido el accionar mediático y desmoralizante de un puñado de atorrantes?

Los chicos preguntaron: ¿Qué es ser patriota? Y yo les respondo convencido: Ser patriota es no bajar los brazos ante la injusticia y la opresión, continuando la lucha que emprendieron nuestros mayores, con coraje, alegría y solidaridad. Manteniendo encendida la llama de los ideales de Mayo, manteniendo una actitud rebelde, contestataria, valiente y combativa, hasta alcanzar todas aquellas metas nacionales y sociales que aun como pueblo, no hemos logrado consolidar.

GAM
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