¿EL FIN DE LAS IDEOLOGÍAS?


Las ideas no “resucitan”… simplemente evolucionan. Las que por no evolucionar, mueren; cuando pretenden ser resucitadas, suelen hacerlo al estilo de la criatura del Dr. Frankenstein… han perdido el alma… y se componen de partes inconexas, casi siempre en avanzado estado de descomposición.

Hoy se habla mucho, en nuestro país, del “resurgir de las ideologías”… algo que de alguna manera, contribuye a convalidar una mentira histórica ampliamente difundida durante la década de los noventa, la que afirmaba, con categoría de “verdad revelada”, que todas las “ideologías” habían muerto.

Y dadas por “muertas”, su lugar en el pensamiento popular, fue ocupado por un “pragmatismo” tan amorfo como globalizante y egoísta.

La caída del Muro de Berlín, el desmembramiento de la Unión Soviética y la consolidación hegemónica del imperio financiero y militar de los EE.UU, fueron los factores que contribuyeron a imponer en la conciencia colectiva, la falacia que sustentaba que había llegado la hora del “fin de las ideologías”.

En realidad no estábamos asistiendo, como humanidad, al fin de todas ellas, sino al fugaz triunfo de una, sobre el resto de las demás.

Pero la pretensión de instalar esta idea en la generalidad del pensamiento colectivo, chocó de inmediato con un inconveniente; instaurar este concepto, despojaba a los supuestos “vencedores” de la posibilidad de justificar sus próximos fracasos, en las acciones u omisiones, de un enemigo declarado “inexistente”.

Así las cosas y en el afán de mantener vigente la idea original, sin perder las ventajas de contar con un adecuado “chivo expiatorio”, el imperio se empeñó en fabricar todo tipo de nuevos y “temibles” enemigos y las fábricas de “cucos” se pusieron en marcha con toda la capacidad, “creativamente mortal”, del mundo “occidental”.

El “cuco mayor”, de ahora en más, no sería ya ni el “comunismo” ni el “socialismo”, sino el “fundamentalismo”. Y en la construcción de ese nuevo “Cuco”, el imperio no vaciló, incluso, en inmolar parte de su propio pueblo.

No haré aquí una crónica de los sucesos que confirman lo antedicho, porque a nadie escapan.

Lo cierto es, que a poco de pretenderse instalar la idea de un “nuevo orden mundial”, despojado definitivamente del lastre de las “ideologías”, múltiples acontecimientos políticos y sociales, pusieron en evidencia, que las afirmaciones en ese sentido, constituían más una expresión de deseo del imperio, que una realidad.

La revolución cubana no se detuvo ante la impresionante propaganda globalizada, como tampoco se detuvieron los procesos de liberación iniciados por el pueblo latinoamericano durante el sigo XIX y XX, que continuaron extendiéndose y profundizándose por toda Latinoamérica.

El socialismo, como ideología, jamás murió, jamás dejo de latir en el corazón de las sociedades populares y progresistas que interpretaron acabadamente su esencia solidaria y superadora del liberalismo burgués, que inspira al capitalismo individualista y a su engendro más preciado, la sociedad de consumo.

Pero no morir no significa dejar de evolucionar, sino todo lo contrario.

El socialismo no sólo ha crecido cuantitativamente desde la década de los noventa del siglo pasado, sino que ha crecido moral e intelectualmente. Científicamente, para decirlo con mayor propiedad.

Y como toda ciencia, su verdad es susceptible de ser demostrada.

Puede ser racionalizada, explicada, comparada, evaluada y aplicada. No es un “fetiche”, es la herramienta más concreta y poderosa que tienen los pueblos, para alcanzar una libertad duradera que asegure un orden económico y social justo y ojo que no digo “perfecto” ni “absolutamente justo”, sino lo más justo, que los seres humanos “imperfectos”, podemos pretender alcanzar.

Ayer leí un comentario en el sitio web de nuestra radio local que decía más o menos, que en nuestra ciudad de Coronel Dorrego, los comunistas éramos menos de cuatrocientos. Y es verdad, como también es verdad que Leonidas se las arregló bastante bien con trescientos nada más.

El asunto no es la cantidad, es el compromiso, el coraje, el empuje, la dedicación y la convicción de cada militante y en eso, más de uno tendrá que hacer méritos para igualar a los compañeros comunistas, que durante décadas han sabido luchar de todas las formas concebibles para defender, difundir e instalar el socialismo, en los cinco continentes.

Cuba, Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Argentina marchan hacia un definitivo abrazo integrador cuyo peso regional inexorablemente atraerá al resto de los pueblos de Latinoamérica a la esfera gravitacional del nuevo socialismo.

La gran patria de San Martín y Bolivar se está “materializando” con la velocidad que caracteriza nuestros tiempos. Sus hijos: trabajadores, estudiantes, profesionales y soldados, marchamos felices, orgullosos y seguros, como hace doscientos años, al influjo del llamado de la Patria.

Claro que habrá lucha y resistencia. Ni el león, ni el águila imperial soltarán mansamente su presa. Y la circunstancia servirá para poder distinguir claramente al enemigo y reconocer también definitivamente, a los cobardes, oportunistas y corruptos que puedan haberse infiltrado en nuestras filas.

Mientras llega la hora de los pueblos, es nuestro deber, el deber de todo revolucionario: construir poder. Un poder que no debe descansar en los circunstanciales resultados de una elección.

El poder revolucionario se construye desde la cultura, apela a la inteligencia, a la pasión y a la integridad moral, para construir la convicción profunda que debe acompañarnos el resto de nuestras vidas.

Cuando Perón situó su Movimiento, tan lejos de un imperialismo como del otro y nos habló de “Tercera Posición”, lo hizo desde una óptica del siglo XX. Entendía el General, que el socialismo “militarmente” exportado por la Unión Soviética, podía implicar otra forma de imperialismo. Algo que dadas las características de expansión militar territorial de la URSS, francamente parecía darle la razón.

Pero apenas unos pocos años más tarde, las acciones militares llevadas adelante por las Fuerzas Armadas Cubanas en África, que tuvieron únicamente por objeto, apoyar la consolidación y el reconocimiento internacional de la independencia de Angola, nos demuestran la vocación solidaria internacionalista del socialismo, que aportó a la causa de la independencia angoleña, un impresionante esfuerzo bélico.

450.000 combatientes cubanos, dirigidos por el Comandante Fidel Castro, se sumaron a la causa libertaria, dejando como legado al pueblo de Angola, su definitiva independencia, llevándose de regreso a Cuba ÚNICAMENTE LAS CENIZAS DE SUS MUERTOS. Este es el mejor ejemplo de la nula vocación “imperialista” del socialismo actual. Comparemos entonces aquella intervención cubana en África, con las que lleva adelante hoy en día los EE.UU en Afganistán e Irak, para entender mejor el significado de la palabra IMPERIALISMO, ya que nadie duda, ni siquiera sus más encumbrados defensores, que el control de las reservas mundiales de petróleo, es el único motivo de su sangrienta intervención.

De cualquier modo, hoy todos sabemos que no quedan en el mundo dos fuerzas “imperiales”, existe sólo una, que aglutina en si misma, la suma del poder financiero y militar. Un ente abstracto y poderoso que no reconoce nacionalidades ni fronteras, pero que tampoco sabe respetar pueblos y mucho menos libertades.

Un poder materialista, nefasto e injusto, que siembra muerte, guerras y enfermedades, que pretende sostener su parasitario crecimiento, alimentándose de todos los recursos de nuestra madre tierra.

Un poder que no tiene otra fe, ni otro dios, que no sea el dinero, unos papeles que ellos mismos imprimen y a los cuales les asignan arbitraria y unilateralmente, el valor que tendrán luego para comprar todo, incluso alguna de nuestras voluntades.

Este es el juego que no podemos jugar los hijos de estas tierras, los que enarbolamos las banderas de la independencia soberana de los pueblos y la justicia social.

Cambiar el paradigma es nuestra primera obligación, difundir nuestra cultura y defenderla es la segunda y disputar un ínfimo pedacito del poder administrativo a costa de enfrentarnos con nuestros hermanos, no es, ni ha sido jamás, nuestro objetivo.

Acompañamos todo proceso de liberación, toda lucha popular, toda gesta libertaria. No nos interesa el poder sino como herramienta eficaz para alcanzar un cambio social justo.

Sabemos compartir y sabemos sumar. Y también sabemos dar un paso al costado, cuando nuestras circunstancias personales pueden perjudicar el avance de nuestras realizaciones colectivas.

Lo que no sabemos hacer es claudicar, rendirnos, bajar los brazos, eso no lo sabemos, ni tampoco queremos aprenderlo.

Por eso muchas veces nos ha tocado transitar en soledad el camino de las reivindicaciones de todos. Por eso nunca nos cambiamos el nombre y seguimos siendo Comunistas, porque asumimos nuestra responsabilidad histórica, con aciertos y con errores, pero aprendiendo de ambos por igual.

Y para aquellos que en algún momento se regodearon en la certeza que las ideologías estaban muertas, vaya esta frase que nos viene como anillo al dedo: “como podéis ver, los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”

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